viernes, 24 de junio de 2016

la polera que tenía miedo de quedarse atascada.


Ella había nacido polera. Sus primeros recuerdos eran junto a otra ropa blanca, sostenidas por un broche en una gran cuerda sobre la terraza. Ah, sí, sí. Siempre que una nueva prenda llegaba a la casita de Tomás era lavada con jabón blanco y tendida al sol.

Cómo había sido todo antes de eso no lo sabe bien. Algo le comentaron las chicas -las remeras y medias- sobre una fábrica donde -con telas, hilos y máquinas de coser- se hacía ropita para bebés y chicos. Todo eso a esta polera le generaba mucha intriga, porque era  muy pero muy curiosa, pero sobre todo porque necesitaba saber el origen de su GRAN problema...

¿Y cuál era este GRAN problema?

Que tenía un profundo miedo de quedarse atascada en la cabeza de Tomás. El lavarropas - a diferencia de los buzos y jeans- a ella no la asustaba. ¡Ni tampoco la tan pero tan temida plancha de la que todos huían! La cuestión empezaba cuando estaba dobladita en el estante, junto a las otras poleras y remeras de manga larga, y de repente, zaz, veía alargarse una mano hacia ella. "Oh, oh", pensaba  "Me parece que me toca... " Entonces -temblando- se preparaba para pasar por la cabeza de Tomi. No es que fuera un nene muy cabezón, pero ella no estaba segura de ser lo suficientemente elástica. ¡Si al menos le hubieran puesto un cierre, como a los chalecos de lana!

¿Y lo peor saben qué era? ¡Que Tomás también tenía miedo! No sabemos muy bien por qué el creía que la polera se iba a atascar en su hermosa cabeza de rulos dorados.

Así que ese momento era siempre una odisea. Tomás tenso. La polera más tensa aún. Y gggghhh, aghhhh auuuchhh ....ssssss, estirándose lo más posible, y aguantándose los alaridos de Tomás  quedaba siempre agotada.

Adoraba a Tomás, le encantaba vestirlo, abrigarle su pancita, sus brazos y su cuello. Pero le daba susto -qué digo- pánico -TE-RROR- la idea de un un día atorarse en su cabeza

De alguna forma había que resolver este problemón. Porque imagínense, en pleno invierno ninguno de los dos podía andar sin el otro. Tomás sin su abrigada prenda, y ella sin ir a jugar con él, sola y aburrida en su estante.

Todos le buscaban su solución al asunto. La mamá y el papá de Tomi le explicaron una y otra vez que no se pusiera nervioso, porque el elástico siempre terminaba cediendo. Pero a él estas explicaciones no le servían. Las remeras, buzos y sweaters hablaron una y otra vez con la temerosa polera, poniéndose a sí mismos como ejemplo: "¿Ves?" Le guiñaban el ojo desde el cuello de Tomi. No había forma.

Pero entonces ¿Se resolvió este complicado caso?
Afortunadamente sí.

¿Y quieren saber cómo?
¡Con un botoncito!

¿Cómo?
Sí; un simple botoncito blanco salvador.

La mamá de Tomás tomó tijera, hilo y aguja. Y la polera  -aunque no le gustaba que la cortaran y la pincharan-  se dejó coser mansamente.



Desde entonces, para ponerle la polera a Tomás sólo hubo que desabrochar el botón, y -¡fium!- la polera se deslizaba muy fácilmente.

Pero ¿saben qué? Ya no hizo falta. Porque Tomás ya no se quiso sacar su polera blanca.  Y no por el susto, ¿eh?. Sino porque descubrió que era la más cómoda y calentita... ¡Se convirtió en su prenda preferida!

Juntos fueron al jardín, a la plaza, a unas cuantas fiestas de cumpleaños ¡y hasta a un parque de diversiones!

Tan contentos e inseparables los dos ya ni se acuerdan de los tiempos en que se tenían miedo.

. . .

Y polerín, polorado, ¡este cuento poleroso se ha terminado!